Crónicas de mi Lado Oscuro

El hombre seguía de pie frente a las puertas del monasterio en las faldas de la montaña, soportando los vientos durante toda la mañana como parte de su iniciación. Cuando las puertas se abran rechinando sobre sus oxidadas bisagras, ya no habrá manera de retroceder.

Sabía muy bien lo que le ocurriría cuando atraviese las puertas de madera. Colocaría su mochila sobre el mesón junto con todos las cosas que portaran sus bolsillos, incluyendo su billetera y su celular, también dejaría su ropa para ser reemplazada por la túnica azafrán de la orden. Todo lo que dejó en el mesón, todo lo que le ligaba al mundo exterior sería incinerado al día siguiente frente a toda la congregación. Su nombre sería cambiado por otro. Luego el novicio sería llevado a un salón en presencia de un sacerdote donde le despojarían de su cabello, reluciendo una cabeza afeitada.

Los días en aquel monasterio serían los mismos sin ningún cambio desde la llegada de los primeros monjes. Se levantaría muy temprano a los servicios oratorios, invocando los sutras del “Despierto” luego, junto con sus nuevos hermanos de la orden, tomaría los mismos alimentos desabridos en un cuenco de madera con unos sorbos de fría agua extraída de los pozos de la montaña. Mas tarde se dedicaría a ayudar en las labores del monasterio y en la tarde a enfrascarse a la contemplación sea en su estrecha celda o en los patios. Y en la noche tomaría el mismo guiso desabrido con sorbos de agua, para luego ir a los servicios nocturnos y finalmente a dormir.

Un cambio radical para quien despilfarró toda su vida allá en la ciudad, entre la bulla, la prisa, las tentaciones esquivas y las falsas amistades. En el fondo de su mente, siempre supo que terminaría su vida de este modo.

Las puertas se abrieron lentamente. El hombre tomó su mochila y entró al monasterio, sin que nadie lo despidiera.

Nota personal: Como Demonio no podría ir a un monasterio, por la simple razón de jamás renunciaría a los pocos placeres que me agradan de esta parte del Universo Conocido.

Una parte de mí se alivia al saber que te irás de aquí por mucho tiempo y que si algún día piensas retornar ya no me encontrarás. La otra parte, en cambio, se lamenta de perderte así entre tus miedos y tu decisión de marcharte.

Quise entender lo que te impedía estar conmigo, pero en vez de buscar una salida mostrabas más impedimentos, cual hierba mala apoderándose de un jardín.

Ignoro lo que ocurrirá cuando te marches en ese viaje mañana. Por ahora solo acudo a tu habitación por la nota que me enviaste. Cuando cruce tu puerta, la cerraré dejando afuera nuestras incertidumbres por una horas, y te haré el amor a modo de despedida...

No lo olvides, mi joven Yukino: Ser vengativ@ no implica ser mal@.

Cuando cierres los ojos
deja atrás los sufrimientos.
Sé feliz, no los vuelvas a abrir.

Lágrimas entre la pena y la furia,
incluso los Demonios lloran.

He perdido la confianza en ti. Mi silencio es consecuencia de tus actos. Si bien hubo un tiempo en que aceptaba tu credibilidad, esta ha desaparecido pese a mis intentos por entenderte.

Por eso mi fe y esperanza en ti se han extinguido. Al desenmascararte me he dado cuenta de todo: no eres lo que yo supuse.

Como consecuencia finjo interés cuando narras tus “increíbles” aventuras, o presto poca atención cuando saludas en la que sólo intercambio unas cuantas palabras, siguiendo un forzado protocolo.

Me hastié de tu materialismo y tu doble moral. Me hastié de tus infantilismos, lo mismo que de tu hipocresía y tus prejuicios. Me hastié de todo lo que tiene que ver contigo. Desde la forma como bromeas hasta tus ademanes, desde tus perspectivas hasta tus contoneos, todo eso forma un conjunto actos carentes de validez para mí.

Es por eso que ya no creo nada de ti, ni me importa todo lo que tenga que ver contigo. Al final solamente hieres y presumes, y yo ya no estoy para soportar más cargas innecesarias.


En definitiva, sólo eres una más del montón.